Thursday, May 28, 2009

EL CIELO

Joel Regalado



El título de la lección de esta semana es El Cielo. Si pudiéramos ponerle un título diferente a esta lección quizás estaría bien el siguiente: Si no hubiera cielo, él nos lo habría dicho. Es eso lo que afirma Jesús a todos sus hijos e hijas, a todos los que creen en él, como verificamos en el famoso texto que fue elegido para versículo
de memoria. (Juan 14:2,3).


En primer lugar, ese texto nos presenta a Jesús diciéndonos en forma imperativa: "No se turbe vuestro corazón".
¿Pero es posible vivir sin perturbaciones en un mundo saturado de adversidades, dolores, enfermedades, tragedias,
y desastres como es el mundo en el cual vivimos.? ¿Es posible encontrar paz en el corazón, en medio del “tira y jala”
de la lucha por vivir, o por sobrevivir, como afirmarían los más pesimistas? La respuesta es un sí mayúsculo.
Y hablando de pesimismo, es precisamente sobre el optimismo que nos habla Jesús en este texto. "No se turbe
vuestro corazón", nos dice. "No se preocupen, no desmayen, no tengan miedo, no dejen que los abata la angustia,
el desaliento, la ansiedad, la incertidumbre, Yo y Mi Padre tenemos algo especial para vosotros".


El cielo es para los que creen.

La formula para eliminar el temor y la inseguridad es sencilla: "Creed en Dios", dice Jesús, "..Creed también en mí".
En otras palabras, el creer verdaderamente en Dios, te ayuda a mirar la vida desde la perspectiva de un optimista.
Algunos acusan a los cristianos de que se descuidan de su vida actual y presente y viven para la consecución de un sueño.
Esa afirmación es absurda y ajena a la verdadera esencia del cristianismo. El cristiano es feliz, por encima de las circunstancias
que le rodean. En pobreza, en riqueza, en salud o enfermedad. Primero, vive con gozo, pues Dios habita en él. Segundo, su corazón
no vive perturbado, porque tiene una promesa de Dios quien siempre es fiel a lo que promete. Esa hermosa promesa se basa
en una vida en donde el sufrimiento y el dolor no serán ya más. Tercero, su corazón no vive perturbado, porque Dios ha dicho
que dondequiera el esté, él desea que sus hijos también lo estén. En otras palabras, la promesa de Dios es que viviremos con él,
en su reino, en una casa especial preparada para nosotros.


El Cielo, La casa de mi Padre, la casa de Dios.

De acuerdo a las palabras de Jesús, el cielo es la casa de Dios. ¿Es acaso este Cielo, el cielo que contemplan los astrónomos?
Preguntaría un ingenuo o un incrédulo. Bueno, el cielo, es llamado comúnmente la inmensidad indefinible que rodea todo lo que
vemos hacia arriba. Lo que ven los astrónomos, ellos mismos lo reconocen, es solo una pequeñísima parte del universo.
Nosotros somos ante la vastedad de este universo, como pequeñas hormigas dentro de un hormiguero que ocupa talvez
un centímetro de la casa de un patio.

El Cielo de Dios es un lugar literal.

Jesús lo revela al mencionar que en la casa de Dios hay muchas moradas. Hemos aprendido esta verdad en la Biblia,
que existe el trono de Dios. Sabemos que existe un cuerpo de ángeles, serafines y querubines que componen el reino
literal y real de Dios. Aunque el cielo que vemos esta compuesto de astros, estrellas, planetas, satélites, sol, espacio,
luz, tinieblas...los astrónomos afirman que ven lugares en el cielo que son como manchas estelares inmensas e inexplicables
en las que no puede verse nada más. Mas allá de todo lo que intente explicar la razón humana, está Dios.
A ese trono, a ese reino, a esas moradas, irán los redimidos del "cordero de Dios que quita los pecados del mundo".
(Juan 1:29)

El Cielo: Un Reino de Amor.

El reino de Dios es el lugar donde se proyecta de forma perfecta y perpetua su naturaleza: un reino de amor. El pecado como es enseñado
en la Biblia, es la ausencia en el corazón del verdadero amor. Esa palabra tan usada y repetida, amor, puede que a veces no nos
lleve a meditar en su trascendencia y en su verdadera dimensión. El ex-querubín, Lucifer no pudo tener cabida durante más tiempo
en el cielo, porque sencillamente decidió, de manera misteriosa, ahogar el amor en su corazón y lo sustituyó por envidia, orgullo,
suficiencia propia, vanidad, celos, altanería, y porque decidió retar a su propio creador, al dador de la vida, a la fuente de la vida.
Su morada no permaneció en el cielo, porque en su corazón desapareció el amor, la humildad, la mansedumbre, la paciencia.
La ausencia de amor produce caos, es decir pecado. La ausencia de Dios en la vida del hombre ocasiona el egoísmo, la maldad,
el odio, las divisiones. Sin Dios en el corazón, el verdadero amor es una utopía, un sueño irrealizable. Sin Dios, cualquier palacio
o casa es un morada abierta al pecado, a la infelicidad.

El Cielo: La Casa de Dios, en donde Jesús tiene moradas preparadas para sus hijos.

La promesa de Cristo fue: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros, en la casa de mi padre". ¿No es hermoso saber que Jesús
ha preparado, tiene hecho ya, un lugar especial en el cielo para sus hijos?. Bueno, Jesús, nos llama sus hijos. Es evidente que
todo padre que ama de verdad a su hijo quiere verlo viviendo seguro, próspero, en paz y feliz. A veces los buenos padres prefieren
sacrificar su comodidad, para acomodar mejor a sus hijos. A veces he visitado casas en donde viven padres cuyos hijos han crecido
y se han marchado e independizado, y esos padres guardan intactas las habitaciones que estos ocupaban, las tienen tal como las
dejaron esos hijos, por si vuelven, por si necesitan regresar, o talvez queriendo que regresen otra vez. Dios, amigos, tiene preparado
en su casa, una morada particular para cada uno que desee vivir con él eternamente, guiado por el principio del amor.

El cielo un reino de vida inmortal.

El sueño del hombre ha sido siempre derrotar a la muerte. Lo intenta con la ciencia, con la medicina. Lo han intentado magos,
agoreros, pseudo-sabios, alquimistas y no pueden ni podrán desentrañar ese misterio. Así que ahí está ese enemigo del hombre,
amenazando como la célebre espada de Damócles con descender y destruir. Y de llegar, siempre llega, a veces de forma anunciada,
en otras de manera inesperada. Llega a todos, ese enemigo mortal, repite su maldición, recordándonos qué frágiles somos,
qué indefensos, qué débiles.

Algunos encaran la muerte con resignación, con miedo y horror, otros la enfrentan con un llanto incontenible.
El propio Jesús, recordémoslo, lloró al ver la muerte de Lázaro, al comprobar el resultado tenebroso del pecado, al sentir en su propio ser
el drama del sufrimiento humano. De ahí que su promesa de salvación habla de vida, pero vida en abundancia, vida eterna.
El cielo, el lugar de Dios para nosotros, será un lugar en donde la muerte será vencida, y no aparecerá ya más,
no habrá memoria de ella. Los que mueren creyendo firmemente en esa promesa de Dios, solo duermen, solo esperan hasta ser
resucitados, hasta ese memorable día que Dios les soplará aliento de vida, los recreará "con la identidad singular que tenían en esta vida temporaria",
pero ya para una vida superior, una verdadera vida inmortal en el cielo.

El cielo, un lugar mas allá de nuestras expectativas.

Pablo bien dice que nosotros "ahora solo vemos como por espejo, oscuramente".(1 Cor. 13:12) Es decir, tenemos una pequeña certidumbre
imaginaria de cuan maravilloso es y será vivir con Dios. Admitámoslo, es imposible para nosotros , limitados como somos, el captar de un todo
la grandeza de la promesa, el alcance de esa promesa, la dimensión exacta de esa promesa. Para intentar describirla un poquito,
diríamos parafraseando al texto bíblico, que la promesa del cielo es "mucho más de lo que un hombre jamás pudo ver, oír o mencionar".
"Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman”. (1 Corintios 2:9)

Thursday, May 21, 2009

El REPOSO

Joel Regalado.


De que la vida del hombre vive marcada por la desesperación, el "corre-corre", las limitaciones físicas, el cansancio, es imposible negarlo. Nuestros cuerpos son limitados y experimentamos incomodidades, los hombres se rigen por una cierta rutina que los entrega a la lucha cotidiana, al afán. De hecho, el descanso fue previsto por Dios al crear al hombre. Incluso antes de que el hombre pecara. Cuando Dios terminó de crear todo este planeta, el séptimo día, el sábado, lo elige de manera especial.

El sábado, la señal de su creación. (Éxodo 31:13)
Dios es un Dios que establece promesas, que pacta con el hombre, y le muestra señales. Recordemos el arcoíris, una señal que manifiesta la promesa de Dios de que no volverá a destruir la tierra otra vez por agua, como en el diluvio. Hay señales que muestran las consecuencias del pecado, la muerte es una, el dolor de la mujer al dar a luz y la aversión que la naturaleza habría de mostrar al hombre, son otras dos. Pero a pesar de ser inmerecedores de promesas de bien, Dios, por amor, hace esas buenas promesas. Las cumple.
Cada sábado de las semanas que vivimos es un recordativo de que por Dios vivimos, nos movemos y somos. Es un día que rememora el poder creativo de Dios. Es también un recordativo de nuestro origen divino, de que fuimos creados a su imagen y semejanza. (Ezequiel 20:12)

El sábado es un regalo de Dios.
Dios sabía anticipadamente que el hombre habría de necesitar un reposo. En términos reales, el sábado significa un reposo físico, pero además un reposo espiritual. Un día para que el hombre pueda regocijarse en la misericordia de Dios, en su amor y en su bondad. El ciclo de seis días, más un séptimo día especial, fue creado por Dios, no fue creado por el hombre. (Marcos 2: 27, 28).

El sábado es un día bendito y santificado por Dios.
La palabra bendecir significa proveer de carácter especial a algo o alguien. Santificar es apartar para un uso sagrado un objeto o una cosa. Dios hizo ambas cosas con el sábado. Lo hizo, recordemos otra vez, antes de que el hombre pecara y conociera el sufrimiento y el cansancio, antes de que la naturaleza comenzara a hacerle adversa. De ahí que Dios le dice específicamente al hombre en el cuarto de los diez mandamientos: Acuérdate, acordarte haz, dice, del día de reposo para santificarlo. (Éxodo 20:8) Dios santifico el día sábado, y nos manda a santificarlo también.

El sábado es un día para deleitarse en Jehová, un día de gozo.
"Si al sábado llamares delicia santa, glorioso de Jehová y lo venerares...entonces te deleitaras en Jehová”. (Isaías 58:13,14)
Esto implica una manera especial de conducirnos ese día, que incluye;
a) El no hacer nuestros propios caminos
b) No buscar nuestra propia voluntad
c) No hablar nuestras propias palabras.

El sábado es un día de reposo, pero también un día para hacer el bien.
Jesús...dijo que “es lícito hacer el bien en sábado (Mateo 12:12). Su conducta en el sábado fue activa, no solamente contemplativa, ni inmóvil. Fue una conducta de acción que conllevaba hacer la obra de su padre, de avanzar las buenas nuevas de su reino de salvación.

El sábado significa liberación.
En Deuteronomio 5: 12 al 15, encontramos que Dios añade al sábado el significado de servir como recordatorio de liberación del pueblo israelita de la esclavitud egipcia, realizada por Dios.
a) El sábado nos libera de la esclavitud del tiempo y sus limitaciones,
b) Nos recuerda la liberación de la esclavitud del pecado, hecha posible por Cristo.

El sábado, anticipo de la redención.
El sábado, es un recordativo de la mano creadora de Dios, pero es también un anticipo de como viviremos en el cielo. La atmosfera que imperara en esa vida nueva, en ese cielo nuevo. De cómo todos nuestros pensamientos y acciones estarán involucrados en un estado de paz, armonía y bendición, al recibir la constante gloria de Dios y al estar en su divina presencia.

El sábado y la promesa especial para quienes lo bendicen y santifican.
"Yo te hare subir sobre las alturas de la tierra, te daré de comer la heredad de Jacob, tu padre". Dice el versículo. (Isaías 58:13,14). Que linda promesa: Dios hará subir a las alturas de los cielos a todo el que glorifique el sábado. Y termina con la inequívoca reafirmación de "porque la boca de Jehová lo ha hablado." Dios ratifica, asegura, garantiza el cumplimiento de esa promesa.